sábado, 21 de noviembre de 2020

Clemente

 I. 

Como una flor, 

como un ramillete de rayos, así vi tu cabeza emplumada como una corona,

II

Tu canto fue primero,

como un sonido pretérito, primitivo,

como un rugido fantasma que emergía desde mi infancia,

desde el tiempo atrapado en el tiempo.

III

Entonces te quise como al sol, te crie, te amé,

te admiré desde el primer día, te esperé, 

te traje como un ladrón furtivo trae una mercancía,

más valiosa que el oro,

más valiosa que el magma de nuestra estrella madre.

IV.

Como una esperanza,

como la promesa de la vida llegaste a nuestra casa,

cada pluma tuya era un orgullo, eran figuras y brillos que se mostraban como diamantes frente a nosotros.

V.

Pero la flor no puede conta la muerte,

el sol no puede contra la muerte, 

ni siquiera la esperanza puede contra la muerte

VI

Ahora como siempre, 

llenarás cada mañana,

ya no con tus cantos, 

sino con tu ausencia,

de cada día venidero,

que como una agujita se clavará en mi pecho por mucho tiempo, 

quizás por todo el resto del tiempo.

VII

Clemente precioso,

¿hay algo más poderoso, más implacable, más negro que el vacío absoluto,

de tus plumas azabache?

y, 

¿Hay algo más poderoso que la muerte?, que nos cruza, que nunca  pregunta, que nunca pide permiso, que nos priva de lo que amamos,

para siempre.



domingo, 8 de noviembre de 2020

 Lunita


I.

Todos somos  pasajeros,

viajamos en esta nave como compañeros, 

como amigos de asiento cuando el amor quiere,

cuando nos toca un boleto en la misma ventana temporal,

y  en la misma comarca que compartimos.

II.

Partiste pronto,

no alcancé a reaccionar, 

apenas el instinto salvaje dio un aviso pero como un rayo,

que cayó sobre ti como el instinto de la carne contra la carne.

III.

Yo te quería lunita,

mentira,

te amaba,

porque coincidimos, 

porque te apreté fuerte alguna vez para llorar, en los días malos...

porque yo era tu sirviente.

IV.

Viaja lunita, 

hasta donde quieras que sea tu viaje,

quién sabe si algún día nos toque boletos juntos otra vez.

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PD. Cuando amas a un compañero de viaje, una partida es siempre un poco de muerte en tu interior.



A mi Madre  Amada, cuyo amor me ayudó a entender el tejido de la vida.


Esa mañana, como muchas, saltaba de la cama  y corría a la cocina, allí, el niño levantó a su gato de la cajita donde dormía, para abrazarlo, para decirle en secreto que él era su refugio, su amor incondicional. Como pudo tomo a a su gato, con una dificultad extraña que no se había experimentado antes, con la sensación de que has llegado a la estación y está demasiado despajada, como cuando el tren ya ha partido, así levantó a su compañero de mundos cuyas proporciones no son humanas,

¿Por qué no despierta preguntó a su Mamá?

Con un gesto difícil, desgajado, de tristeza oculta, de morder imaginariamente almendras amargas entre los dientes,  ella le respondió, está muerto hijo, el cucho ha muerto..

el niño no entendió, y volvió a preguntar...

¿Qué es estar muerto mamy?

Ella lo miró, con el dolor con que una madre mira a su hijo cuando algo malo ha pasado,  y con ternura a la vez, esa ternura de haber parido, de haber pasado noches y noches en mal dormir, esa ternura de volcar la vida en aquel brote que crece; "es que ya no va a estar más con nosotros, se ha ido"....

El niño la miró , no entendía, ¿Cómo que se ha ido? se preguntó en silencio.. si estaba ahí, su cuerpecito negro estaba ahí,.. frente a él, en sus manos. Cuando el niño acerco a su amado frente a sí, la carita del compañero no era la misma, sus ojitos amarillos como el oro estaban quebrados, la luz del cuarto ya no rebotaba en esas perlas preciosas del mismo modo, y hacía frío, había frío, para respirar, para estar en ese espacio, y entonces, de a poco, grano a grano de ese tiempo que parecía un sueño infinito, su pequeño mundo se fue quebrando en muchas lucecitas que aparecían y desaparecían, que perlaban  los bordes de las cosas, en miles de pequeñas agujitas que se clavaban en su pechito de niño, en sus manitos de niño , en los mismos ojitos de niño que en otros momentos rebozaban de curiosidad y de inquietud, pero ahora,

como si el mundo se apagara y encendiera muchas veces sin saber cuál sería el estado final, fue cayendo de rodillas, con su compañero en las manos, con lentitud, con amarga fatiga, con su ingenuidad rota, para siempre.

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La inocencia del mundo puede perderse en un segundo, o lo que tarda el alma en entender.