domingo, 8 de noviembre de 2020

A mi Madre  Amada, cuyo amor me ayudó a entender el tejido de la vida.


Esa mañana, como muchas, saltaba de la cama  y corría a la cocina, allí, el niño levantó a su gato de la cajita donde dormía, para abrazarlo, para decirle en secreto que él era su refugio, su amor incondicional. Como pudo tomo a a su gato, con una dificultad extraña que no se había experimentado antes, con la sensación de que has llegado a la estación y está demasiado despajada, como cuando el tren ya ha partido, así levantó a su compañero de mundos cuyas proporciones no son humanas,

¿Por qué no despierta preguntó a su Mamá?

Con un gesto difícil, desgajado, de tristeza oculta, de morder imaginariamente almendras amargas entre los dientes,  ella le respondió, está muerto hijo, el cucho ha muerto..

el niño no entendió, y volvió a preguntar...

¿Qué es estar muerto mamy?

Ella lo miró, con el dolor con que una madre mira a su hijo cuando algo malo ha pasado,  y con ternura a la vez, esa ternura de haber parido, de haber pasado noches y noches en mal dormir, esa ternura de volcar la vida en aquel brote que crece; "es que ya no va a estar más con nosotros, se ha ido"....

El niño la miró , no entendía, ¿Cómo que se ha ido? se preguntó en silencio.. si estaba ahí, su cuerpecito negro estaba ahí,.. frente a él, en sus manos. Cuando el niño acerco a su amado frente a sí, la carita del compañero no era la misma, sus ojitos amarillos como el oro estaban quebrados, la luz del cuarto ya no rebotaba en esas perlas preciosas del mismo modo, y hacía frío, había frío, para respirar, para estar en ese espacio, y entonces, de a poco, grano a grano de ese tiempo que parecía un sueño infinito, su pequeño mundo se fue quebrando en muchas lucecitas que aparecían y desaparecían, que perlaban  los bordes de las cosas, en miles de pequeñas agujitas que se clavaban en su pechito de niño, en sus manitos de niño , en los mismos ojitos de niño que en otros momentos rebozaban de curiosidad y de inquietud, pero ahora,

como si el mundo se apagara y encendiera muchas veces sin saber cuál sería el estado final, fue cayendo de rodillas, con su compañero en las manos, con lentitud, con amarga fatiga, con su ingenuidad rota, para siempre.

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La inocencia del mundo puede perderse en un segundo, o lo que tarda el alma en entender.